jueves, 27 de mayo de 2010

                                           MELANCOLIA




Esa palabra evoca recuerdos del pasado. Cuando las tardes de lluvia eran grises y sin la luz del sol mi ser se apagaba, cuando no encontraba sentido de la existencia, cuando las preguntas no obtenían respuestas. Tardes de muchos inviernos sin sol. Solo la lluvia que muchas veces decidía caer días enteros. Temporales les llamaban. En aquella habitación de la casa donde pasé mi niñez y adolescencia, una niñez que se ha fragmentado en la memoria y se perdieron en algún lugar del sideral espacio muchos recuerdos. Casi todos. Son tan pocos los que logré retener. Pero entre ellos están esas tardes lluviosas, que hacían que el encierro fuera físico y mental. Si. Mi mente estaba encerrada entre las fronteras de la vida difícil que en esa época se vivía. Tan difícil como la de siempre. Ahora que han pasado muchas hojas de incontables almanaques puedo comprenderlo. Época en la que la gente no alzaba la voz, se hablaba en susurros, temerosos de ser escuchados por alguien y otro alguien se presentara a cualquier hora del día o de la noche, tocando con insistencia la puerta o abriéndola a la fuerza por órdenes superiores. Época en que expresar lo que se pensaba era prohibido, so pena de la cárcel como mínimo. Entonces, nosotros los niños, aprendimos a callar y casi a no pensar. O por lo menos yo. Porque no recuerdo que pensaba esas tardes que llovía sin parar. Veía los ríos de agua que fluìan por la calle hacia las reposaderas; hacía barquitos de papel periódico (de El Imparcial) y los echaba a navegar en esas correntadas de agua, pero no recuerdo que yo me fuera navegando dentro… solo eran barcos de papel. Talvez si hubiera podido soñar un poquito más allá de los temores de la gente, habría navegado por esos ríos caudalosos hacia ciudades mágicas, donde los niños reían y jugaban, donde no había penurias ni miedos, donde se podría pensar de todo y contarlo a los demás niños… Hubiera podido navegar esos mares que rodean a la tierra y encontrar barcos piratas y poder ver sus tesoros; ver a las ballenas con sus crías mientras cantaban canciones que hechizaban a los marineros; conocer islas encantadas, con hadas y duendes y hablarles y recibir sus secretos para ser eternamente niños, eternamente hermosos, eternamente felices…



Melancolía que hoy está de nuevo dentro de mi alma. Hoy también llueve, aunque ya no son los inviernos de mi niñez. Ahora el cambio climático es el tema de actualidad porque todo está cambiando. Tengo enfrente de mí una difusa imagen del volcán de Agua, cubierto casi totalmente de nubes grises. Apenas un claro al lado izquierdo que permite saber que no se ha movido de ahí. Que permanece quieto y callado con todos los pequeños pueblos en sus faldas. Y pienso en la melancolía que abatía a doña Beatriz por su viudez; su marido, el conquistador, Don Pedro, había muerto poco tiempo atrás y ella había asumido el mando del gobierno. Su melancolía la hizo del dominio público pintando el Palacio de negro, como sus penas de amor. Y llovió muchos días mientras ella sufría por la partida de su esposo. Y el Volcán guardó la lluvia hasta rebalsar. Entonces la arrojó con furia. Fue el encuentro de la melancolía de dos seres: la viuda y el volcán. El ganó. Ella murió envuelta de melancolía dentro del negro palacio real que se inundó del agua que bajó del volcán.



Mi melancolía no compite esta vez con nadie. El volcán está frente a mi ventana pero no amenaza ni sufre ni rebalsa aguas. Tan solo yo rebalso de este sentimiento que de pronto me envolvió el alma y me ha dejado nostálgica, melancólica, pensativa, y de nuevo quiero hacer barquitos de papel pero ahora si quiero subirme a ellos y navegar. Puede que este viaje si me lleve a los lugares encantados de las hadas, los duendes, los príncipes, mi amado, mi felicidad…



DORIS STREMS

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