viernes, 18 de diciembre de 2009





UN REGALO EN NAVIDAD

Cuando ella le dijo que el juego de amor que compartieron dos meses atrás, en la casa de la abuelita del Chepe, tenía una consecuencia… él cambió de rostro. Sí. Tiró en un segundo su careta de enamorado irredento por aquella de piedra inexpresiva. Después de la corta conversación donde le hizo ver que ese paquete no le pertenecía y sin piedad se dio la media vuelta, habían pasado ya cinco años.

Fabricó una nueva máscara ya más flexible por si de nuevo tuviese que afrontar más consecuencias. La usó un par de veces más. Así que en esta época de su vida ya tenía en su haber mucha experiencia y una colección de caras.

Estaba cercana la Navidad. Como ya era costumbre en su ciudad, los convivios abundaban y en ellos las jóvenes ansiosas de aventura como él. Trataba de seleccionar a las que no habían, como él, acumulado experiencia. Eso quitaba mucho de la emoción que le permitía derrochar su adrenalina.

En su actual empleo tenía 6 meses de estar y había logrado una excelente relación con su jefe. La fiesta sería en la casa que éste tenía en las afueras de la ciudad, en una granja de árboles frutales.

Cuando llegó, ya había varios compañeros de trabajo en la fiesta. Entró y fue a buscar al anfitrión para saludarlo. Lo encontró junto a su esposa. Su jefe le salió al encuentro con una cálida bienvenida y enseguida le presentó a su esposa. Para ese tipo de encuentro estrenó cara. Fue un segundo congelado en la eternidad. Ella le tendió la mano y le dijo “mucho gusto de verte, Manuel”. Su boca era como una puerta que no cedía a la llave que siempre la abría. Le extendió como un autómata su mano y balbuceó “hola… mucho gusto.”

Pasados los breves segundos, cuando su nuevo rostro se acomodaba la careta nueva, escuchó a Enrique, su jefe:
— Si, Manuel; me casé con Verónica hace dos años. Ella me contó todo.
— Yo… no sabía… este… no se que decir… pero es que… — El tartamudeo era al mismo tiempo cómico y dramático.
— Manuel: yo te perdoné. Por eso acepté que mi esposo te invitara. Mi corazón no guardó ningún resentimiento, ningún rencor hacia ti.
Manuel la miró y seguía con la máquina del pensamiento trabada. Su vergüenza en ese momento era como un océano que se le vino encima.
— ¿Qué hiciste con…
— ¿La consecuencia? —le dijo Verónica ante su titubeo para referirse al embarazo que ella le anunciara aquel día. Pues te tengo una sorpresa. Como ya sabíamos que vendrías al almuerzo de la empresa, hemos preparado a Hugo para que te conozca… siempre y cuando tú lo apruebes.
— ¿Se llama Hugo? ¿El nombre de mi padre?
— Si. A tu padre le tuve siempre una gran admiración. Era un excelente ser humano.
— Yo nunca le dije nada. Cuando preguntó por ti al no verte más por casa, le dije que te habías ido a estudiar fuera del país. Con el tiempo se dio cuenta que algo había sucedido y que no teníamos ya ninguna comunicación. Nunca me preguntó nada ni yo volví a tocar el asunto.
— Tu padre me buscó. Le conté todo. El me apoyó en aquellos difíciles días. Y por eso le puse su nombre a mi hijo.
— Hugo sabe quien es su padre. Siempre ha querido conocerte. Y pensamos con Enrique que este podría ser un excelente regalo de navidad para Hugo y para ti.

Manuel no estaba preparado para todo aquello. Vio unos instantes a Enrique y a Verónica y dijo:

— Discúlpenme un momento. Se alejó. Camino hacia la parte contraria a lugar donde se celebraba la fiesta, hacia el lado de los árboles de melocotones. Se detuvo y se recostó en uno de ellos. Respiraba agitadamente. Poco a poco entró en calma y empezó a trabajar su mente y la fue ordenando, como se ordena un lugar que ha sido devastado por un tsunami. Su memoria forzada por aquella revelación sorpresiva ordenó los eventos de esos años hasta el presente. Ahora estaba ahí, en la casa de su jefe, esposo de su exnovia, padre de su hijo… aceptar que tenía ese hijo le produjo en el corazón unas mordidas como de ameba intestinal. Dolían. Pero inexplicablemente después del dolor sentía un sentimiento desconocido y se dio cuenta que lentamente este le proporcionó un desconocido placer. Una alegría tan íntima, profunda y nueva.
— ¡Un hijo! ¡Tengo un hijo! ¡Se llama como mi padre: Hugo! Y mi padre nunca me reprochó mi canallada. Siempre mi padre amoroso y respetuoso. ¡Cómo habrá sufrido estos años sabiendo de mi irresponsabilidad!... ¿¡Tengo Un hijo!?... Y me lo han preparado para darme un “Regalo de Navidad”… Yo no merezco ese regalo… Mejor dicho, yo no estoy listo para recibir semejante regalo… pero si lo recibo presiento que seré infinitamente feliz… que absurdo… Pero no… no estoy listo para semejante cosa… Además el niño tiene ya su padre: Enrique.
No supo cuento tiempo permaneció ahí, rebobinando el carrete de su vida de todos estos años. Tomó una decisión. Respiró y enfiló hacia donde todos estaban reunidos. Buscó a su jefe.

— Enrique: voy a aceptar el regalo que tienes preparado. Pero antes quiero pedirte un gran favor.
— Como tú quieras, Manuel. Dime.
— Que sea al momento del brindis, con todos los compañeros de trabajo.
— Así será.

Cuando llegó el momento de brindar, se reunieron todos, ya con los ánimos burbujeantes por el licor y la música.

Enrique les agradeció su presencia, les hizo ver lo satisfecho que estaba con su equipo de trabajo y los resultados obtenidos ese año. Y los preparó para una sorpresa de Navidad. Obviamente nadie en su imaginación atinó cual era la sorpresa ofrecida. Pasaron de un bono navideño a un ascenso de puesto o cualquier otro beneficio laboral, menos lo que les esperaba.






—Este año mi esposa y yo hemos preparado un Regalo de Navidad muy, pero muy especial, para uno de mis colaboradores. No precisamente porque sea el mejor de Uds. No. Hemos pasado varios años esperando a que Dios nos diera el momento de entregar a esa persona un regalo muy especial. Cuando entró a trabajar a la empresa hace seis meses, no imaginé que Manuel era esa persona para la que habíamos preparado con amor, día a día, ese regalo. Pero varios días después lo supe. Así que mi esposa y yo nos dimos a la misión de preparar este momento. Ahora que el destino lo ha armonizado todo con la sabiduría que solo el Universo puede hacer, estamos aquí para hacerle entrega de ese regalo:

—Manuel: este es Hugo, tu hijo. Lo hemos amado todo el tiempo, le hemos platicado de ti, de que un día vendrías para conocerlo, le hemos sembrado en su corazón el amor que por tu inmadurez rechazaste. Pero ahora, podrás gozarlo en la medida que desees. Lo tendrás contigo acorde a un arreglo que haremos los tres. Pero hoy, ahí tienes a tu hijo. ¡Es nuestro regalo de navidad para ti y para él!

Hugo corrió a los brazos de Manuel. Es indescriptible lo que ambos sintieron. Fue realmente un extraordinario Regalo de Navidad.


Doris Strems
18 Diciembre 2009










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